domingo, 25 de octubre de 2015

Comiéndome Turquía!!!

Así es!!! Aunque soy una completa defensora de la comida saludable, la gastronomía de Turquía me hizo dejar de lado mis batidos verdes (por un rato!) y sucumbí ante su encanto!
Recuerdo que antes de llegar al país, muchas personas se preguntaban que iba a comer yo allá!! -siendo vegetariana es difícil comer fuera de casa, y más aún en un país donde culturalmente la carne es el ingrediente principal de sus platillos.
Sin embargo, Turquía es sumamente rico en el cultivo de vegetales, frutas y semillas; los lácteos están a la orden del día, y los turcos son los reyes de la repostería y los postres... así que ¿quién necesita la carne, ante tanta maravilla?!

Empecé por las calles de Taksim, donde encontré los mejores profiteroles que he comido en mi vida. En este café únicamente venden profiteroles (además de café turco y té, por supuesto!), pues no les hace falta vender nada más!! Una porción de seis esponjados manjares rellenos de crema pastelera y cubiertos de chocolate son suficiente para compartir... no queremos pecar de más, ¿cierto?

Luego, me enrumbé al maravilloso pueblo de Pulumur, escondido entre las montañas de Erzincan y Dersin, y ahí sí me di gusto!! Las vacas, ovejas y cabras pastan libres por las montañas cubiertas de zacate fresco y rodeadas de manantiales de agua cristalina; los animales son tratados con amor y respeto, las ordeñan a mano y dejan más de la mitad de las hembras sin ordeñar para que alimenten a las crías. Con esta leche pura, orgánica y feliz, las mujeres del pueblo hacen todo tipo de queso, yogur y mi favorito: kaymak!!! Mmmm, una deliciosa crema de leche que untada en el pan recién horneado y coronada con miel orgánica fue el cielo gastronómico para mí!! Desayunar con esta combinación fue el inicio perfecto de los días más parecidos a los de la vida de Heidi!!!

Lo maravillo de estos pueblos, además de la comida, es su gente amable, sonriente y cariñosa; todos me hacían conversación -en turco por supuesto!- y yo les contestaba en español, y todos felices y entendidos! mientras las oraciones terminaran en tamam (ok), todos estábamos de acuerdo! Pero rápidamente tuve que aprender a decir: "taman, yeter!" (es suficiente!), porque la hospitalidad de los turcos va acompañada de... comida!! A cualquier hora del día, en cualquier casa que pasará por el frente, la invitación a tomar çay (té) era inminente! pero el té no venía solo, no!!! Venía acompañado de galletas, panes, frutas, semillas y cuanta cosa hubiera en la despensa de la casa! Salir a dar una vuelta por el barrio, era cosa seria para el estómago! Además, rechazar una invitación es considerado una grosería, así que había que decir que sí, sentarse y comer!!!

Ser vegetariana en el pueblo no fue problema alguno. Todas las mañanas se iba a la huerta a ver qué había dado la madre naturaleza para la ensalada (sí, ensalada para el desayuno, almuerzo y cena!! me encantó!); alguien pasaría a la casa a dejar el queso y el kaymak fresco, otra vecina llevaría huevos recién recogidos, un tío llevaría una canasta de fresas, y en la casa el pan recién asado estaba envuelto y caliente sobre la mesa. 
Al almuerzo solo bastaba ir a la orilla del río a recoger algunas ramas y hojas para hacer un delicioso picadillo, rellenar unos chiles verdes con trigo y semillas, y acompañarlos de ensalada verde; o bien hacer una parrillada de hongos silvestres y vegetales, al pie de una montaña sagrada. La cena sería sopa de yogur con fideos (hechos y cortados a mano por las vecinas), o de lentejas y pan fresco. Entre comidas tomaría unos 4 litros de té, comería semillas, frutas y queques recién horneados, sentada a la sombra de algún árbol, rodeada de amigos y familia, escuchando historias de antaño, perdiéndome entre risas, recuerdos y en un idioma que, apesar de no conocer, de alguna forma se me hacía fácil entender. Los días en Pulumur han sido los mejores que he tenido en años!!! Mi corazón siempre querrá volver!! Y mi estómago estará feliz de hacerlo!!

Ya de regreso en Estambul, no podía faltar el tradicional té y simit a bordo de un ferry mientras cruzábamos el Bósforo!! Tengo que reconocer que este viaje, tan común para los locales, a mí se me hizo mágico! Subir al ferry en Europa y 10 minutos después estar en Asia, me parecía irreal!! Además, el viaje tiene la vista de impresionantes castillos de verano de los antiguos sultanes otomanes, una señal más de la riqueza histórica, cultural y arquitectónica de esta maravillosa y contradictoria ciudad...

En el lado europeo de Estambul me deleité en Karaköy Güllüoğlu donde se consigue el mejor baklava de la ciudad (y quizá del mundo???!!!). Wow, decenas de tipos de baklava a escoger: de pistachos, nueces, chocolate, en rollos, tradicionales... el paraíso de la repostería! 
En el lado asiático encontré la mejor comida rápida callejera que se haya inventado: çiğ köfte!!! El nombre no me sonó muy apetitoso, pues significa "albóndiga cruda", ya que el platillo se originó justamente de mezclar carne molida cruda con más de 18 especies, amasándola vigorosamente con la mano hasta que tomara una textura de "cocinada"; por dicha, el gobierno prohibió este platillo y ahora se hace con bulgur (trigo). Esta mezcla se vende acompañada de lavash -un tipo de pan, parecido a la tortilla de harina-, lechuga, hojas de albahaca, y limón. Todo te lo empacan en una bandeja y lo envuelven en plástico adherible, medio kilo cuesta unas 10 liras turcas (unos $3,5), y uno se encarga de hacer "gallitos" o "burritos" y la más gloriosa combinación de sabores y especias hacen fiesta en el paladar...

Podría seguir hablando de las delicias de la comida que conocí en Turquía como el manti: pasta con salsa de yogur y tomate, o las berenjenas rellenas, pero creo que mi punto quedó claro... La comida turca y yo tuvimos un romance que durará por siempre!

Turquía no solamente es un país lleno de riqueza cultural, teniendo a Estambul como una ciudad intercontinental que ha sido la capital de dos de los más grandes imperios de la historia de la humanidad: el imperio Romano y el imperio Otomán. Sino que además es un país lleno de pasión (para bien y para mal), lleno de variedad religiosa y política (aunque este tema se está volviendo delicado), pero sobre todo, lleno de personas orgullosas de sus raíces -ya sean turcas o kurdas- que abrazaron mi alma tica, me escucharon hablar en un idioma completamente desconocido para ellos y me alimentaron, no solo con su maravillosa comida, pero con su calidez y hospitalidad!

Turquía será un país al que mis pasos buscarán cada vez que puedan, para volver a caminar entre ovejas, tomar agua que sale de la tierra, escuchar el no tan ameno llamado a la oración (5 veces al día!), comer fresas de los sembradíos, tomar el té con hermosas mujeres que amasan pan mientras se secan el sudor con el pañuelo que llevan en la cabeza... 


Volveré cada vez que pueda... para olvidarme por unos días de los batidos verdes, regocijarme con el çiğ köfte, el baklava y el té, aprender unas cuantas palabras más, mientras mi alma se maravilla al navegar en medio de dos continentes y mi mente se transporta siglos en la historia!!!

Teşekkürler Turquía! Görüşürüz!!!












sábado, 10 de octubre de 2015

Poco equipaje para tan largo viaje!!!

Hace muchísimo que no me sentaba a escribir por acá... ya me hacía falta!!!!! Así que voy de nuevo con mis aventuras... sin mucho sobre los hombros para hacer espacio en el corazón!!

Después de casi un año de vivir en India, de haber conocido cerca de mil personas de diferentes países y haber experimentado una de las fases más profundas en mi autoconocimiento, era tiempo de partir... La temporada en India se terminó y la época del monsoon amenazaba con lavar nuestras hermosas tardes soleadas; así que con mochila en mano y unos 25 kilos en otra maleta me enrumbé a la bella isla de Lefkada en Grecia.
Esa fue la primera parada de lo que serían cuatro intensos meses! En ese momento no tenía idea de que dormiría en más de 27 camas diferentes y que mi armario rodante pesaría solo 7 kilos!

Atenas me recibió luego de un largo y quebrantado viaje desde Goa (claro, salir de India no podía ser sencillo!!!!!)... para empezar, cerraron el aeropuerto y no me avisaron, así que perdí todos mis vuelos de conexión, lloré por horas en la sala de espera hasta que logré que me subieran al primer avión camino a Mumbai; una vez allá no pude hacer nada más que alojarme en un hotel de tercera pero con precios de primera, solo para dormir unas horas y regresar a la 1 de la madrugada para intentar comprar otro boleto hacia Estambul... Ya en Turquía tomé una conexión a Atenas; de ahí al pequeño aeropuerto de Ioanina. para luego meterme en un carro por dos horas más hasta llegar al cuarto que sería nuestra casa por los próximos 22 días... Me tomó más de 48 horas, 4 vuelos, 3 taxis y 600 euros de recargos salir de mi atolondrada India!!!!!! Qué agote!!

Ya en Atenas, salí del aeropuerto a sucumbir ante los sabores bien recordados (y añorados!) de las olivas, el vino y el buen pan!!! solo tres horas de conexión, pero suficiente para tomar el tren, ordenar tres platillos, dos copas de vino, tomar unas cuantas fotos y de regreso al tren para tomar el próximo vuelo. Esas horas llegaron caídas del cielo (aunque la que se caía del sueño era yo!!!). Llegamos a medianoche a la montaña (!!!) en medio de la isla de Lefkada!!! tengo que reconocer que me tomó por sorpresa! Según yo iba a estar hospedada frente al mar!! A ver, es una isla, no? Pues no!!!! Arriba en la montaña, con vista a plantaciones de olivos y verdes montañas!! (ok, podía lidiar con eso!! jajaja)

En fin, esas tres semanas serían de trabajo y amor!! Otro curso de yoga antes de parar por completo y compartir con mis seres amados!!! Al fin mi corazón estaba completo!! (Bueno casi... me faltaron un par de personitas por ahí para llenarlo totalmente, pero al menos tenía a parte de mi familia conmigo!)
Celebración de cumpleaños, con más olivas, vino y buen pan!!!! Esas tres semanas en una isla mágica del norte de Grecia fueron como sacados de revista: playas de aguas azules y cristalinas, blancas piedras pulidas por los golpes de las olas, atardeceres esplendorosos detrás de las montañas y mi alma rebosante de paz y amor....

Al cabo de esas tres semanas, partimos hacia Atenas para pasar una noche escuchando música tradicional y caminando por las calles del Partenón, imaginando la majestuosa estatua de 13 metros de altura de la diosa Atina, sepultada en escombros gracias a la ignorancia de los cristianos, otomanes y turcos.

De ahí, seguiría un corto vuelo hacia Estambul, ciudad mágica que recorreríamos en 4 días para asegurarnos de que mami viera lo más importante (turísticamente hablando) de esta maravillosa y contradictoria metropoli. Una vez que dejamos a mi amada viajera en el aeropuerto, emprenderíamos una odisea tan loca que no puedo más que resumirla así:

Más de 27 ciudades de 5 países diferentes recorridas en 3 meses. Avión, tren, subterráneo, carro de alquiler, taxi, bus, microbus, bote, tranvía y scooter... todo esto -alternado con nuestras piernas errantes- nos serviría para recorrer parte del este y del oeste europeo, cargando una mochila y un mat de yoga. Comida, nuevos amigos, familiares, comida, viejos amigos, fotografías, museos, comida, historia, frío, calor, lluvia, intenso sol y, por supuesto, más comida (!!) fueron nuestra constante en este viaje en el que empacamos muy poco para tan largo recorrido... y no me refiero solo al equipaje material... también se empacó poca preparación para las sorpresas que nos depararía el convivio eterno de 24/7 con otra alma... eso fue intenso!!!

Pero como lo sobreviví, esperaré volver en otra entrada con detalles de lo acontencido en cada una de estas mágicas ciudades que dejaron huella en mi memoria y miles de fotos en mi compu!






domingo, 26 de abril de 2015

Ilusionada, desencantada, re-enamorada de (y en) Londres

Estas y otras muchas emociones son las que me despierta esta ciudad… hoy hace un año recién llegaba a Londres por primera vez… y hoy quiero conmemorar ese tiempo; porque justamente mis sentimientos hacia ese bello lugar son la analogía perfecta de lo que pasó en mi vida amorosa. Aunque no daré detalles de mi vida de pareja, los símiles serán un recordatorio de lo que hemos sido en este último año….

Conocer el “Viejo Mundo” fue un ferviente deseo que tuve desde joven, conocer ese otro continente, rico en cultura e historia, antiguo pero moderno a la vez, abierto pero conservador, políglota, diverso… Así que cuando salí de Costa Rica rumbo a Estados Unidos, sabía que este país solo sería mi “lugar de transición”, estaría en New Jersey solo por seis meses para ahorrar algo de dinero, mientras estudiaba en Nueva York y luego me enlistaría en una escuela en Alemania para aprender el idioma, con la esperanza de que alguna puerta se abriera para mí y pudiera quedarme en Europa…

Todo estaba fríamente calculado y planeado, no había opción B, así sería, porque así había decidido que sería… hasta que el Universo se manifestó y me cambió el rumbo de la historia…

Meses antes de dejar mi terruño, ya con el tiquete sin regreso comprado, la vida me abría los ojos hacia una tierra de la que sabía muy poco: Turquía… Tengo que confesar que la busqué en el mapa porque no podía ubicarla muy bien… Exótica, mística, de una belleza que hasta entonces yo no conocía… Esta tierra empezó su conquista y aunque sucumbí a sus encantos, seguí adelante con mis planes, al menos con la primera parte… Cuatro meses después de escuchar la hermosa melodía de su idioma, deleitarme en los deliciosos sabores de su comida, y acurrucarme en lo cálido de su aroma, le agradecí a la vida el haberme devuelto la fe, el abrirme los ojos y mostrarme que SI existen tierras diferentes donde podía morar en paz, con tranquilidad, seguridad y confianza… Aun así, tomé mi boleto de avión, mi poco equipaje y seguí mi plan…

Meses después –y gracias a las bellezas que descubrí al conocer un poco más sobre Turquía- la idea original cambió de Alemania a Londres. Está bien, podía hacer ese cambio, ¡seguía siendo Europa! Además ahora se sumaba otro proyecto, así que la idea sonó perfectamente lógica (¡como si la vida se tratará de lógica! Aún aquí no había aprendido que la “lógica” le pertenece a la mente, y la mente al ego, pero eso cambiaría pronto…). Por lo que trabajé en algo que no me gustaba, en un clima que no me gustaba, en un lugar que no me gustaba, todo con la idea de ahorrar e iniciar una nueva vida juntos… mi nuevo continente y yo…

Solamente la ilusión de este proyecto logró calentar mi alma, que se consumía en uno de los inviernos más duros que había vivido Nueva York en las últimas décadas… Sobreviví seis meses de nieve y frío inclemente, y al fin –un 22 de abril a las 10pm- tomé el avión hacia Londres. ¡Qué emoción! Tanta ilusión -alimentada por la música con letras inentendibles, por clases de idiomas, por fotos descargadas con frecuencia, por la tecnología, por las dulces palabras-, finalmente se materializaba, sería la última vez que llegaría a un aeropuerto sola (al menos, ese era el plan).

A las 7am del día siguiente mis ojos la reconocían y mi corazón saltaba de alegría ante la primera ciudad europea que visitaba… no más nieve, no más soledad, no más… Como una niña ilusionada abordé el metro de Londres, sí, ahí mismo en el aeropuerto abordé un metro –limpio y ordenado- que me llevaría al oeste de la ciudad donde ahora sería parte de una familia, de otra cultura… la base de un comienzo; desde ahí, saldría a recorrer hermosos parques, visitaría museos y edificios históricos, saldría a fotografiar íconos que solo había visto en postales, y caminaría, sí, caminaría mucho, porque eso es lo que hace la gente en las grandes metrópolis del mundo, ¡caminar! Estaba lista. Me había estado preparando para este encuentro por seis meses, había cambiado parte de mis planes por esta vida, había saltado de Berlín a Londres, y estaba lista para vivir con y por ella… Hasta que Londres me desencantó…

La encontré triste, gris, fría, confundida, complicada, ajena, sin vida… Aquella vibrante ciudad que yo albergaba en mi corazón, la que recordaba sin conocer, de la que me había llenado de expectativas (¡error!), simplemente no existía… Era como si el aire primaveral la hubiera consumido en lugar de hacerla florecer, se desvanecía como agua entre mis dedos y no podía traerla de vuelta… ¡Qué desilusión! Jamás imaginé que Londres me hiciera llorar de tristeza, de angustia y desesperanza, no pensé que el proyecto que tanto anhelé se volvería polvo y me quedaría sin nada…

Aun así, intenté ponerle buena cara a sus mañanas oscuras, salía a correr a un pequeño parque tratando de convencerme que esto era lo que había soñado; me subía a sus buses de dos pisos para recorrer sus calles por el carril izquierdo porque a final de cuentas era el viejo mundo, donde las cosas no son como en América (léase el continente ¡por favor!), me tomé fotos frente a los íconos de los que tanto había leído, solo para descubrir que la sonrisa que veía en las fotografías no era mía, era la que suponía debía tener…

No niego que la disfruté, pero no era lo que yo esperaba (otra vez expectativa, ¡error!). Así que mandé la lógica a la porra y escuché a mi corazón, tenía que salir de allí. Esa no era mi vida, estaba viviendo en la ciudad de alguien más, en una realidad que parecía más una película de ficción. Recuerdo caminar hacia la biblioteca y no sentir el suelo bajo mis zapatos, era como si levitara, como si mi espíritu me hubiera abandonado y mi cuerpo físico estuviera en piloto automático. Cada mañana me despertaba para hacer café y darle el buenos días a la vida, solo para descubrir que el café ya estaba hecho y la vida se había esfumado, y allí quedaba yo, con mis zapatos de caminar y mi cámara… Ve a explorar la ciudad, mantente ocupada, no te quedes en casa, a eso viniste ¿no? No. Vine a construir una vida, pero fue obvio que no era el momento.

Así que por primera vez, empecé a darle su lugar a mi intuición. “Mente… ¡callate!, me tenés loca y solo me metés en problemas, ¡cállate! Intuición… hablame por favor, esta vez te voy a escuchar y te voy hacer caso… ¿Qué? ¿Me tengo que ir? Perfecto. Así lo haré.”  Me senté y le hablé a Londres:  “Mira hermosa ciudad, sos todo lo que había imaginado y más, sos única, bella, organizada, diferente… gracias por mostrarme que existen otras realidades, que otra vida es posible, que se puede existir sin automóviles porque el transporte público es estupendo, que la cultura y las artes conviven y sobreviven, me encantás, pero ahorita no puedo compartir con vos, yo estoy lista para vos desde que era adolescente, pero vos no esperabas a esta tica, así que me voy, nos vamos a extrañar pero si la vida nos quiere juntas volveremos a encontrarnos, cuídate y tratá de volver a sonreír…”

Dos semanas después, estaba en el aeropuerto, con Londres en mi corazón, pero sola, (¡otra vez sola en un bendito aeropuerto!); esta vez sin ilusiones, desencantada, sin expectativas (ahhh, ¡hasta que al fin aprendí!). La mitad de mi equipaje se quedaba con mi bella y gris ciudad, la otra mitad se ensuciaría conmigo en India y se regocijaría en Tailandia –esto no lo sabía en ese momento-, y así, Londres me hizo llorar otra vez…

Justamente seis meses, dos países, los Himalayas, playas paradisíacas y un oscuro bronceado después, Londres me recibía de nuevo… Esta vez ninguna sabía qué hacer. En mi peregrinaje por Asia no había internet –ni el interés suficiente- para descargar información sobre el Támesis, sus galerías o el cambio de la guardia real, y honestamente no quise hacerlo. Sabía que la vería fijamente a los ojos pero no sabía si la abrazaría, si ella haría saltar mi corazón o si quedaría impávido ante su triste majestuosidad.

Ese 1º de diciembre, cuando salí de la sala de migración sentí su característico olor a café, la vi rejuvenecida, sonriente… me alegró verla. Pero esta vez sería diferente. Esta vez llevaba un tiquete de regreso a India, así que solo tenía dos semanas para visitar sus museos, sentarme al calor de una chimenea, tomarme una o dos copas de vino con ella, quizá pasar un fin de semana en el campo y sentirla… ver qué me provocaba esta vez. Sin pensar, sin analizar, sin esperar, solo sentir…

Esta vez, fuimos libres, nos desprendimos de lo que “debía ser” y fuimos… Los aires navideños de sus calles me llenaron de sonrisas, el cálido vino con sabor a especias calentó mi alma y los verdes parajes llenos de ovejas hicieron que volviera a sentir el suelo que pisaba. El sur de Inglaterra me regaló la luna llena más espectacular que he visto en mi vida, y ahí me abracé al sonido de su mar, frío en temperatura pero cálido en su belleza.

Londres dejó de ser gris, emergió como el ave fénix, decidida a ser lo que quería ser para mí, la primera ciudad europea que conocería en mi vida, la que me enseñaría la belleza de lo que una vez leí en libros, conjugando mi latinidad con su historia milenaria, dispuesta a tomar mi mano y caminar hacia un nuevo mundo, no el mío ni el de Inglaterra, uno nuevo, solo nuestro.


Y así, un año después de aquella primera vez en Hanwell, puedo decir que ha sido maravilloso re-enamorarme de Londres…



Íconos londinenses
La magia de la Navidad, haciendo magia en mí...

lunes, 13 de abril de 2015

Otra vez India.... ¿En serio?!!!

Cuando salí de India pensé que no regresaría... tanto tumulto, bulla, basura, acoso, calor y locura de Delhi me dejó con un sabor agri-dulce...

India... tan llena de historia, cultura, templos, ritos, gente, colores brillantes y sabores exóticos, pero a la vez, ilógica, irreverente, impaciente, sucia, maloliente, desgastada, con sus hábitos extraños y su ignorancia ante los espacios personales; ella me provoca una relación de amor-odio que me llena de emoción y hastío, de asombro y pereza, de curiosidad y desgano...

Así, como quien termina una mala relación amorosa, salí de Delhi sintiendo alivio, libertad y confianza. Confianza en mí y en un futuro más verde, fresco, jovial y prometedor... Pero mientras me regocijaba en las aguas de un nuevo mar, recibí el correo que cambiaría -en mucho- el rumbo de mi vida... Hasta entonces, solo sabía que no quería sentarme detrás de un escritorio, en una aburrida oficina, ganando un salario para pagar deudas, pero más que eso no tenía idea de qué hacer...

Estando en Koh Phanghan recibí una propuesta de regresar a India... y solo pensé: "¡¿En serio? ¿Otra vez?!" Tuve una entrevista en línea y ahí mismo me comprometí a regresar por la temporada completa... ¡me comprometí a volver a la loca India por ocho meses! Luego descubrí que el sur del país es muy diferente al resto. Sus playas -aunque no las más lindas que he visto- hacen que las personas locales sean más amables y cálidas, y el acoso se limita a las vacas que van detrás de los bolsos en busca de comida, o a los monos que saltan de los árboles a los techos de las casas.

¡Qué decisión! la mejor que he tomado últimamente... este tiempo en India me ha cambiado, desde el color de la piel hasta el tamaño del corazón... he conocido personas extraordinarias de todas partes del mundo, he sido estudiante y maestra al mismo tiempo, he comido gran variedad de currys, he aprendido a vivir con los pies sucios y a entender que sentarme al suelo a compartir una comida vale más que unos zapatos caros o cualquier otra banalidad...

He de reconocer que el inicio no fue sencillo.... Regresé a India un 25 de septiembre, a finales de la temporada de Monsoon (época lluviosa), con una mochila al hombro, un corazón en pedacitos, llena de incertidumbre, pero con muchos deseos de aprender, de experimentar y ¡de vivir!

El camino del aeropuerto a mi nueva casa estaba rodeado de un paisaje que me sorprendió positivamente. Tanta lluvia había dejado a su paso un verdor inesperado, montañas llenas de una vegetación similar al bosque lluvioso de Costa Rica. Arrozales adornando los lados de la calle, y las palmeras distribuidas en desorden por todas las llanuras del lugar. En medio del cansancio del viaje, me fascinó ver que el seco, polvoso y duro recuerdo de India se desvanecía... Sin embargo, al llegar a mi destino final, el entorno que me recibió fue otro... Las pocas tiendas del lugar estaban cerradas, cubiertas de plásticos azules, y la playa estaba llena... ¡pero de cacas de las vacas que tomaban la siesta diaria en medio de la arena! ¡No había nada! ¡Ni nadie! La playa "más linda" de India era un desastre...ese día, el día que llegué a Goa, me senté en el único restaurante abierto, y lloré....

Otra vez esta ambivalencia entre el amor y el odio, entre el entusiasmo y el desespero, otra vez regresaba a los brazos de la locura... Pero al cabo de un mes, y como por arte de magia, Agonda cobró vida. Los bungalows empezaron a emerger de la nada, las calles se llenaron de coloridas prendas de vestir que colgaban por doquier, y la bulla de las motos se apoderó de la única calle del lugar. Poco a poco los estudiantes empezaron a arribar y la nueva villa que alberga la escuela de yoga dio sus primeros pasos. Y yo con ella...

Sampoorna me formó como estudiante, me albergó como aprendiz y luego me tendió la mano como profesora... aquí -en Agonda, en Sampoorna- he reído y llorado, dudado y creído, aprendido y enseñado, amado y respirado profundo, meditado y bailado. Estos meses han estado cargados de todo... Y hoy, solo puedo sentirme agradecida, con India, con la vida, con Dios, con los que amo, conmigo misma...

Las grandes protagonistas de India... ¡las benditas vacas!



viernes, 27 de marzo de 2015

Koh Phanghan: mi tierra de las "primeras veces"

Me encanta llamarla así porque en esta isla me di permiso de hacer muchas cosas por primera vez!!! Algunas que comparto aquí... otras que se quedarán conmigo... Pero lo cierto es que en Koh Phanghan viví los meses más intensos de mi vida... hasta ahora...

Esta es una isla ubicada en el sur del Golfo de Tailandia, conocida por su famosa "Full Moon Party" ("Fiesta de la Luna Llena"), que tiene lugar todos los meses en la playa Haad Rin. Sin embargo, este tipo de fiestas no son más de mi interés, así que me fui a vivir al lado opuesto, donde la comunidad de Yoga es bastante amplia.

Allí, en Srithanu, pasé mis días practicando Ashtanga Yoga y dando clases de Hatha. Pero también descubriendo nuevas facetas en mí... Poco a poco fui quitando capas, tal como se pela una cebolla... -hasta con lágrimas incluidas algunas veces...- olvidándome del qué dirán y sólo siendo fiel a mi corazón...

Así, con esta nueva resolución, aprendí a manejar scooter, lo que me permitió recorrer gran parte de la isla y admirar sus playas de arena blanca y aguas azules, sus magníficos atardeceres y recorrer el mercado callejero de Thong Sala los sábados por la tarde.

También aquí ¡jugué a ser modelo!! Recuerdo que a mis 14 años me inscribí en un curso de modelaje, creo que -como buena adolescente- tenía una idea muy romántica de este mundo... pero, está claro que mi camino ¡no era ese! De todas formas, en Koh Phanghan acepté la invitación de una hermosa fotógrafa, me desentendí de los estereotipos y disfruté miles las cuantas sesiones fotográficas que hicimos. No sé si alguien le comprará mis fotos algún día, pero al menos a mí me queda una maravillosa sensación de desenfado y libertad.

Disfrutando del amor del lente fotográfico

Samma Karuna, por su parte, ¡me abrió el corazón! Esta pequeña escuela me dio la oportunidad de ser de su familia. Aquí no solo di clases de Yoga y enseñé talleres de Reiki... aquí bailé, salté, reí, amé, lloré, medité, volví a bailar, reír, amar y llorar. Aquí conocí a personas maravillosas de todas partes del mundo que llenaron mi alma de amor puro y sincero, de abrazos fuertes y eternos, de recuerdos que se tatuaron en mi alma. Por primera vez sentí verdadero amor y conexión por personas completamente desconocidas mientras bailábamos en una clase de "Therapy Dance" (Baile Terapéutico). Aquí medité sobre lo que llamo ´mis dos vidas en esta vida´, y por primera vez las lágrimas limpiaron la oscuridad de mi alma y agradecí profundamente el regalo de la nueva luz. (Definitivamente, Samma Karuna es un capítulo aparte, así que le dedicaré el tiempo que se merece en otra entrada...)

Estudiantes de Samma Karuna rendidos en Savasana

De mis lugares favoritos en la isla -además de los exuberantes paisajes y cálidas playas, ¡por supuesto!- debo decir que "The Dome" (El Domo), "Phanghan Cove" y "Art Cafe" eran mis escondites... Cada uno de estos lugares me ofrecía refugios distintos. The Dome es un pequeño baño de vapor donde unas 10-15 personas se sientan en la oscuridad a respirar los aceites de hierbas curativas, conversar, ¡sudar!, e incluso cantar. ¡Este lugar es mágico! mientras se está sudando a mares dentro, afuera te espera una fogata a la luz de las estrellas, sandía fresca, agua y té. Pasar las noches en este ritual era simplemente un regalo a los sentidos.... Aquí, las personas salen del Domo a ducharse para refrescar el cuerpo antes de unirse a la fogata; la mayoría están desnudas y a nadie le importa un bledo... ¡así que a mí tampoco me importó! Desnuda, al lado de quien fuera, me duché mientras conversábamos como quien espera en la fila del supermercado... ¡qué sensación de libertad!

"Phanghan Cove", íntimo y hermoso lugar para besar estrellas, compartir con amigos y comer delicioso

"Art Cafe", mi refugio para leer, escribir y estar conmigo. Aquí tomé decisiones muy difíciles pero necesarias; me deleité con queque vegano de chocolate y probé el Kefir por primera vez

En Koh Phanghan también ¡hice snorkeling por primera vez!... quienes me conocen bien saben que le tengo fobia a los tiburones, por lo que el mar y yo solo nos relacionamos hasta las rodillas... así que esta aventura la menciono porque fue toda una hazaña para mí... ¡Me encantó! aunque reconozco que tal si fuera una niña de 5 años, solo lo logré porque una amistad me llevó de la mano todo el tiempo... no importa, superé mi taquicardia, calmé mi respiración, dejé de ver monstruos marinos en las piedras y disfruté observando el fondo de mi temido mar...

Por primera vez, hice muchas cosas en esta burbuja maravillosa, aventuras y experiencias que vivirán en mi alma, en mi piel, en mis sentidos y en mis recuerdos. Koh Phanghan me robó el corazón, lo curó, lo limpió, lo besó, lo abrazó, lo rearmó y me lo devolvió... más sano, más fuerte, más seguro, más grande.... Espero algún día reencontrarme con este amante natural, con esta escuela de vida, con este extraño pero cálido hogar. Mientras tanto, seguiré atesorando "mis primeras veces"...

viernes, 13 de marzo de 2015

Holi: ¡primavera, colores y amor!

Paralelo al resumen que he venido haciendo en este blog sobre mis vivencias y aprendizajes, quiero empezar a escribir más sobre el día a día de mis viajes... así que me adelantaré unos meses desde mi última entrada ("Pasión en el verdor") para contarles sobre la hermosa festividad que acabamos de vivir en India: Holi.

Esta es una palabra en sánscrito (la lengua antigua de India) que describe la celebración conocida como "Festival de Primavera", "Festival de los Colores", o "Festival del Amor". Tradicionalmente, Holi es una antigua celebración religiosa hindú observada mayoritariamente en el norte de India y Nepal, pero en los últimos tiempos, personas de otras religiones y de otras regiones de India comenzaron a participar de la festividad. Más recientemente, también se ha popularizado en países del Sur de Asia, Europa y América.

Según el calendario hindú, la fecha puede variar pero casi siempre ocurre en marzo, coincidiendo con la luna llena y el equinoccio de primavera. Así que este año tuve la fortuna de estar justamente en India y celebrar, no solo con las personas locales sino también con los estudiantes y compañeros en la escuela de yoga.



Empezamos las festividades como lo indica la tradición: con una fogata (Holika) la noche anterior a Holi, música, baile, té chai y dulces propios de India. Se supone que la fiesta de colores se realiza a la mañana siguiente, pero nosotros no nos aguantamos y empezamos a pintarnos los unos a los otros. La "pelea" de colores comenzó discretamente hasta que la adrenalina nos llevó a bañarnos en polvos de colores; todos nos perseguíamos alrededor de la fogata, los chicos del staff mezclaron los colores con agua y la melcocha se hizo espesa. Al cabo de una hora más o menos, la algarabía inundó uno de los salones con música tradicional india y todos bailamos y saltamos como niños, completamente cubiertos de colores.



Para ser honesta, me encantó ser parte de una tradición hindú y vivir el propósito de Holi: celebrar la victoria del bien sobre el mal, la llegada de la primavera y el final del invierno; pero sobre todo, ser una festividad para compartir con otros, jugar, reír, olvidar, perdonar y reparar relaciones quizá lastimadas. ¿A quién le importa de qué religión sea, si los valores son tan humanos y universales? ¡Al menos a mí no!!!!!!


domingo, 8 de marzo de 2015

Pasión en el verdor

"¿Qué te apasiona en la vida?"

Esta pregunta me persiguió durante años... Ante la interrogante de mi buen amigo, y sumida en el humo de un café tuve que bajar la mirada y reconocer que nada me movía... muchas cosas me gustaban, pero ¿apasionar? Eso involucra fuego, entrega, convicción... y hasta entonces, nunca nada me había hecho sentir eso...

Cuando dejé Costa Rica, salí apagada, ahogada, frustrada... en Nueva York creí que encendería mi hoguera pero solo logré congelar mis emociones... en Londres anhelé el abrazo de la pasión y solo dormí junto a la indiferencia... en Dharamshala escalé en busca de respuestas, intenté respirar consciencia y rogué por respuestas, pero salí adolorida y en silencio... en Delhi me embriagué de cultura, historia, calor y hastío...en Bangkok admiré, caminé, sonreí a la cultura asiática y ni el Buda Reclinado logró estremecerme... Pero luego me enrumbé hacia aguas desconocidas...

El viaje a Koh Phanghan requirió de un vuelo de poco más de una hora desde Bangkok hasta Surat Thani, una hora en autobús y casi dos horas en ferry. Y fue mientras navegábamos en un hermoso mar azul, sin nada más alrededor que agua y cielo, que caí en cuenta de que realmente estaba lejos de todo lo conocido hasta ahora... ¡Era el lugar más recóndito al que se me había ocurrido ir a vivir! Ni siquiera lo podía ubicar en el mapa, y a decir verdad, no me importó.

Llegamos al puerto de Thong Sala a las 12:30pm, montamos las maletas en un scooter y recorrimos las calles del pueblo por cinco minutos hasta llegar a la casa/restaurante de mi amiga donde nos esperaba un delicioso almuerzo. Luego de ducharme, salí a recorrer los alrededores. Supermercados bien establecidos, puestos de frutas y enormes tiendas llenas de ropa colorida propia de la vida en la playa, abarrotan las calles de uno de los pueblos más grandes de la isla. Mientras caminaba entre mercados y tiendas me sorprendió el primero de muchos atardeceres espectaculares que vería en este lugar...



Viví una semana en esta casa/restaurante, en la que también ayudé a atender a los clientes y a lavar los platos como agradecimiento por el hospedaje. Luego me mudé a una sencilla y típica casa tailandesa -montada en bases- con una vista maravillosa frente al mar. La terraza completamente abierta dejaba entrar la brisa marina que inundaba el único dormitorio y la pequeñísima cocina.



Mi plan en esta isla era seguir estudiando yoga y trabajar en algo que me permitiera pagar los gastos; pero además de esto... no tenía idea de qué hacer. Así que fui a la escuela de yoga de la que me habían hablado y simplemente no resonó conmigo... no era lo que buscaba, al menos no sentí la conexión... Pero encontré un extraordinario profesor de Ashtanga que imparte clases en su casa... ¡genial! atención personalizada...

Mientras tanto, tuve que lidiar con un pequeño gran detalle. En la isla ¡no existe transporte público! Lo único que hay son taxis y scooters. Mis únicas opciones eran gastarme un dineral en taxis, caminar largas distancias mientras el sol y la temperatura consumían mi cordura, o... aprender a manejar moto... así que guardé mis miedos, pagué un mes de alquiler por un scooter y me apresté a manejar a 20 kilómetros por hora, ¡incluso las bicicletas iban más rápido que yo! Pero lo logré... al cabo de unos días me sentía más confiada y pude recorrer casi toda la isla a bordo de mi negra y pequeña nueva amiga...

Con este asunto resuelto, recobré la libertad... una sensación que hacía mucho no experimentaba. Asistía a las clases que quería, cuándo y dónde quería. Y así, montada en mi nuevo scooter, temprano una mañana, de camino a mis clases de Ashtanga, en medio de una vegetación selvática en el centro de la isla, me sorprendí extasiada por la maravillosa paleta de verdes que me rodeaba. Ahí, en el medio de la nada, detuve la moto, y contemplé los tonos de verde... me perdí en su belleza, en su esplendor... no sé cuántos minutos pasaron, el tiempo no se detuvo solo dejó de existir, no escuchaba nada, solo sentía mi pecho ensancharse de gratitud... No puedo explicar qué pasó esa mañana, solo sé que me apasioné en el verdor... dejé de ser yo para ser una con la naturaleza...

Y ahí comprendí que volvía a ser feliz, pero no era una felicidad que venía de afuera.... era un estado interno, un gozo profundo, una alegría de estar viva... Ese fue el inicio del descubrimiento... Aquí empecé a ver para dentro y a encontrar respuestas... Así comenzó mi viaje por la tierra de las "primeras veces"... De esta manera me dejé llevar, me dejé guiar, caí rendida y empecé por fin a sentir pasión nuevamente, pasión en un abrazo fraternal, pasión en los ojos de una amistad, pasión en la sonrisa de un extraño, pasión en las caricias del agua de mar... Empecé a darme permiso, a no pensar mucho las cosas, a decirle que sí a la vida. Y así, encontré mi trabajo como profesora. En una pequeña escuela de yoga, llena de amor, canciones y bailes, hice más que enseñar poses... volví a mi esencia, amé a todo ser viviente y abrí mi corazón...

Y como nada es casualidad en esta vida, descubrí que la filosofía de esta pequeña escuela está basada en las propiedades del cuarto Chakra: Anahata, cuyo color es -por supuesto- ¡el verde!


miércoles, 25 de febrero de 2015

Bangkok: una ciudad espiritualmente mundana

Llegué a Bangkok un sábado por la mañana, tomé un mototaxi y me aventuré en un viaje que cambiaría la perspectiva de mi vida.

Ya en Khaosan Road, me apresté a probar uno de los platillos típicos de Tailandia -pad thai- aunque reconozco que no fue nada especial... pero sentada en un sencillo restaurante de esta transitada y famosa calle, me di cuenta que nuevamente tenía la libertad de usar pantalones cortos sin alarmar a nadie. Así que regresé al hotel, me cambié de ropa y me fui a explorar los templos cercanos: El Buda Reclinado, el Templo de Esmeralda, Templo del Amanecer, entre muchos otros. Pero claro, ¡a Buda no le gusta que las mujeres muestren sus piernas y hombros! -tal como me dijo uno de los porteros en la entrada de un templo-, así que ataviada en una horrible bata amarilla, le rendí homenaje a un Buda de 15 metros de alto por 43 de largo que -recostado sobre su lado derecho- sonríe mientras recibe a miles de visitantes de todo el mundo.

Participé de ceremonias cargadas de ofrendas de flores, velas, cantos, oraciones y reverencias. Me sentí rodeada de un ambiente espiritual, místico y milenario. Recorrí pasillos altamente decorados y me deleité admirando el detalle de la arquitectura oriental. El olor a incienso me embriagó y el tiempo se detuvo mientras contemplaba las estatuillas de piedra o subía cientos de encumbrados escalones. La espiritualidad y la devoción de los tailandeses me hizo sentir al Buda dentro de mí, me hizo cerrar los ojos y sentir mi luz divina. Me dejé arropar con sus cánticos y rezos, y postrada en el suelo disfruté de sus rituales.



De regreso a la vida mundana, recorrí los comercios callejeros de Bangkok, donde encontré muy buenas ofertas que de todas formas no lograron quebrantar mi apatía por las compras.... Sus vendedores callejeros ofrecen los mejores precios, pero sin ser majaderos. Los bares, llenos de turistas compiten por utilizar los más altos decibeles, y los restaurantes llenan las aceras con menúes cargados de platillos exóticos (al menos el nombre lo es) aunque reconozco que la mejor comida que probé fue la que venden en carritos ambulantes.  El tráfico es pesado, el calor agobiante y sus tiendas atiborradas y desordenadas, pero yo solo quería sumergirme en este nuevo mundo, llenarme de sus colores y formas, sentir mi piel libre de asedios, y vibrar al ritmo de la vida asiática. ¡Ese sábado tuvo 50 horas! Recorrí tanto, comí tanta fruta fresca y vi tanta belleza que me pareció una eternidad.



En Bangkok hasta ir al cine fue toda una experiencia... Después de meses de haber renunciado a la televisión, estar frente a una pantalla me pareció irreal. Pero estar en un "mall" fue aún más raro... Lo que antes formaba parte de mi vida diaria y lo daba por sentado, se me hizo ajeno, incluso extraño... Usar zapatos o pantalones de mezclilla, parecía un asunto de otro planeta... Usar maquillaje se me hizo tedioso... Verme en un espejo antes de salir de casa, me parece innecesario... Usar bolso o cartera pasó a ser historia antigua... Usar cinco cremas distintas para diferentes partes del cuerpo ha sido suplantado por el sencillo, barato y saludable aceite de coco... Y ni qué hablar de pedicure o cortes de cabello regulares, ¡eso sí que es un lujo!

Estar de nuevo en una ciudad me hizo ver cuánto habían cambiado las prioridades en mi vida. Lo que no sabía aún es que me encaminaba a una isla que pondría mi mundo de cabeza, que me ahogaría en su pasión y me desnudaría... ¡Sí, Koh Phanghan hizo de mí lo que quiso... y yo -felizmente-, sucumbí!

jueves, 12 de febrero de 2015

¡Oh Delhi y tu "Vagón solo para Mujeres"!

Cuando descubrí que necesitaba visa para entrar a Tailandia, compré un boleto de autobús para viajar a Nueva Delhi. Afortunadamente, en el curso de Yoga también hice una linda amistad con una chica india que vive allí, así que me ofreció su casa; aunque terminó dándome más que eso... me dio un hogar, comida casera, consejos para sobrevivir en esa loca e intimidante ciudad y me presentó el "Vagón solo para Mujeres", pero eso vendrá después.

Mi viaje de doce horas en autobús sería más cómodo de lo que pensé; a pesar de que no pude dormir, aproveché para leer y escuchar de vez en cuando a una simpática estudiante india de enorme sonrisa y gruesos lentes que me ofrecería cuanta comida tuviera a mano (algo muy tradicional de las personas locales). En el trayecto, el autobús se detuvo en el medio de la nada para comer y utilizar el sanitario, pero en plena madrugada mi estómago no estaba listo para curry, dal o chapati.

Casi al amanecer, mi compañera de viaje me señaló unas montañas... "¿Sabes qué es eso?", me preguntó. "¿Montañas?", me pareció la respuesta lógica y racional ante una pregunta un poco tonta -según mi criterio. "Sí, son montañas enormes que se extienden no solo en altura, sino también por kilómetros cuadrados. ¿Ves bien? Sí son montañas, pero no como las de tu país... son montañas enormes ¡de basura!" ¡Nunca antes había visto tanta basura junta! No supe qué pensar ni qué decir, sentí rabia, tristeza, impotencia... Los occidentales venimos a este lado del mundo a buscar el balance, el equilibrio, a recobrar la consciencia, a buscar el camino hacia la luz, a ser mejores personas, y toda esa idea romántica que tenemos sobre el oriente; pero estar en la cuna del Yoga y ver que sus hijos no son conscientes de sus actos, me hizo chocar con una realidad que no me gustó.

Sin embargo, luego de hablar extensamente sobre el grave problema que representa la basura en India, llegamos a la misma conclusión: los seres humanos seguimos perdidos, ignorantes, presos de nuestra mente que se cree inteligente y no es más que un ágil saboteador. Porque a fin de cuentas, los occidentales no estamos tan lejos de semejante ignorancia... quizá tengamos programas de reciclaje muy eficientes y cada día pululen las fincas orgánicas y autosostenibles, pero seguimos siendo unos retrógrados en términos de amor al prójimo, tolerancia y respeto... pero bueno, ese será otro tema (quizá...).

Pasadas las montañas de desechos, el autobús hizo una parada abrupta en medio de la autopista y en hindi me dijeron que esa era la "estación" donde debía bajarme... Me recibió un par de docenas de conductores de todo tipo de vehículos: automóviles, motocicletas, tuk tuks y bici taxis. Por suerte, mi nueva amiga salió a mi rescate, me haló del brazo y se dispuso a caminar conmigo hacia el mercado tibetano que estaba cerca. Me señaló una entrada en medio de tiendas aún cerradas y me dijo que buscara el templo, ahí estaría segura mientras llegaban por mí...nos despedimos, ella siguió su camino y yo me acomodé en una banqueta frente a un templo atendido por refugiados tibetanos.

Eran las 5:30 de la mañana, el día empezaba a clarear y la batería de mi celular había muerto en el camino... Así que contactar a mi amiga para decirle que ya estaba en Delhi era poco viable, y aunque hubiese podido llamarla no sabía dónde estaba... Casi tres horas y muchos malabares después logramos reunirnos en una estación del metro... ¡Ah qué alegría ver un rostro familiar entre tantos cientos de personas!

Y ahí, con ella, conocí la zona rosada del metro, la "Sala de espera Solo para Mujeres". Me pareció indignante, me sentí como animal de circo que transportan en cajas "especiales"...mi mujer feminista salió a flote: "¿acaso soy de calidad inferior a los hombres?, ¿por qué debemos viajar separadas?, ¿somos de una "especie" distinta? ¡No! me rehúso, yo soy un ser humano igual y por tanto no tengo porque viajar separada del resto". Mi amiga escuchó pacientemente los aullidos de esta gata herida, y solo se limitó a decir: "Créeme, es mejor así. Pronto me lo vas a agradecer."

El calor era insoportable, llegaba a más de 45 grados y yo debía cubrirme el cuerpo, sabía que no era por mandatos de respeto religioso, sino por evitar las miradas lascivas... eso lo sabía en mi mente, pero no lo entendí hasta que llegó el metro... y luego de ver pasar varios vagones cargados de hombres, miré a mi amiga y solo pude decirle: "Gracias..."

No quiero alarmar a nadie ni ser extremista, claro que se puede viajar -¡y sobrevivir- sola en las grandes ciudades de India, pero tampoco se puede negar que la energía que emana de su población masculina puede ser amenazante, avasalladora e inquietante. Así que a partir de ese momento, disfrute la compañía de la colorida paleta de saris que se atiborraban en las áreas rosadas del metro.

Así, y ataviada en pantalones y camisas con mangas, me dispuse a enfrentarme a una India diferente, salvaje, ruda, compulsa y fuerte. Me enfrenté a su calor inclemente y a sus hombres. Me enfrenté a mis perjuicios y caminé sola por sus calles. Escondida detrás de mis lentes oscuros disfruté de sus encantos. Comí delicias típicas del sur, visité templos con formas de flores (el Templo de Flor de Loto), recorrí sus mercados llenos de cuanto "chunche" brillante y colorido se pueda confeccionar, regateé como una local (¡y obtuve descuentos buenísimos!); pero lo mejor de todo, lo más impresionante de esta visita lo viví en el Taj Mahal... No hay fotos ni historias que describan la magnificencia de este lugar... todo el agravio que pude sentir en Delhi, se desvaneció ante este monstruo de la arquitectura, ante este regalo de amor, ante este derroche de lujo.

Si ahí, en ese lugar, se conjugan perfectamente las polaridades de un país lleno de cultura e historia, que -al menos desde afuera- parece vivir sumido en la basura de su inconsciencia colectiva...


sábado, 7 de febrero de 2015

¿Atrapada en la lluvia? ¡Oh no lo creo!

Con maletas en la espalda -cargadas de dolores de rodillas, frías madrugadas y un papel que me llamaba "Profesora de Yoga"- me dispuse a abandonar las montañas de Bhagsu. Mi próximo destino sería una isla perdida en la inmensidad de un océano que nunca había escuchado mencionar. Pero antes... Nueva Delhi...

Mi plan original era pasar dos meses en India y luego regresar a Inglaterra para intentarlo de nuevo, con nuevas fuerzas, con proyectos diferentes, quizá en otra ciudad que no fuera Londres, iniciar una vida de pareja (la que habíamos postergado ya por tanto tiempo); pero pronto entendería que cuando decidí confiar (bueno, la confianza vino después... empecé desafiando y demandando ante mi incompetencia) en que el Ser Supremo me vestiría y alimentaría como lo hace con los pájaros, lo primero que debía soltar era mi necedad de hacer planes.

Antes de terminar mi primer mes en el norte de India, comprendí que no sería posible quedarme. Justo empezaba la temporada baja en todo el país: en el área donde estaba pronto llegaría la época conocida como Monsoon (término utilizado para describir fuertes vientos que soplan desde la Bahía de Bengala y el Mar Arábigo hacia el suroeste, trayendo consigo enormes cantidades de lluvia a la zona); mientras que en el sur las temperaturas se elevarían por encima de los 35 grados con la adición de las lluvias. Con este panorama, el país entraría pronto en estado de hibernación, la gran mayoría de comercios, principalmente las escuelas y estudios de yoga, estarían cerrados, los turistas desaparecían de las atiborradas calles y solo los locales tratarían de mantenerse a flote mientras esperan con ansías el regreso de la temporada seca.

No había razón para quedarme a sufrir estas inclemencias climáticas, sin trabajo, sin dinero, sin nada que hacer. A pesar de tener una preciada visa con seis meses de validez, el agente migratorio de apellido Monsoon me negaba mi estadía en India y me pateaba fuera de sus fronteras.

Una tarde, durante un almuerzo, escuché a una de las chicas hablar del lugar donde vivía. Recordé que cuando la conocí no entendí para nada el nombre del lugar, pero pensé que quizá su fuerte acento italiano había impedido que comprendiera su inglés. Así que ese día -al no entender por segunda vez- le pregunté dónde exactamente vivía, en esta ocasión entendí... Koh Phanghan, pero tampoco me sirvió de mucho. Así que ante el signo de interrogación en mi cara, pronunció alto y fuerte: ¡Tailandia!

¡Ah, ahora sí! al menos del país si había escuchado mencionar. La oí hablar de las hermosas playas, los cursos de Yoga, las escuelas donde podría ir a trabajar, los cocos y los atardeceres. Y ahí, sin ton ni son, le solté la pregunta que me llevaría a mi redescubrimiento: ¿Crees que me pueda ir con vos para donde sea que quede tu casa? Ahí, al lado de una compañera de clase, a la que tenía 3 semanas de conocer, decidí comprar un boleto de avión -de una sola vía, sin retorno- para un lugar completamente extraño.

Viajaríamos dos semanas después de ese día, primero pasaríamos dos días en Bangkok y luego rumbo a Koh Phanghan. Mi alma tenía paz, ya no tendría que quedarme en la calurosa y lluviosa India a compartir con las vacas, daría un paso más hacia el Este, me adentraría más en el corazón del maravilloso Oriente. Todo estaba listo: boleto, hotel, lugares y templos que visitar; solo pasaba los días a la espera de terminar mi entrenamiento, tomar mi certificado y enrumbarme al paraíso.

Pero claro, estaba en India, no podía ser tan fácil, ¡oh no! Si algo se puede complicar, ¡de seguro en India se complica!

Una mañana, mientras trataba de asimilar nombres de músculos y huesos, mi ángel guardián me habló al oído: "¿Y no será que necesitas visa para entrar a Tailandia? ¡Tu amiga es italiana pero vos sos tica! ¿Estás segura que al llegar a Bangkok tomarán tu pasaporte azul y le pondrán una "visa de llegada?" ¡Oh por Dios! Es cierto. Tengo un pasaporte azul y no color vino como el de mi amiga. Solo quedaban unos días para tomar el vuelo y yo no sabía si mi nacionalidad tica sería recibida como la italiana. Corrí al primer café internet que tenía cerca (bueno, solo habían dos en el pueblo), y efectivamente, solo 48 países obtienen la "visa de llegada" en Tailandia y mi amada Costa Rica no está en la lista.

Dos horas y varias llamadas después sabía lo que tenía que hacer: viajar a Delhi en cuanto terminaran mis clases, correr a la oficina de migración de Tailandia, presentar los documentos y esperar que las estrellas se alinearan a mi favor para que la visa estuviera lista en 48 horas, recoger mi pasaporte de camino al aeropuerto, pasar la tediosa revisión de seguridad india y llegar a tiempo al último vuelo del día rumbo a Bangkok, ¡sencillo! ¿O tal vez no?



Últimos días en Bhagsu...

Celebrando mi cumpleaños con mis queridas amigas Karen, de India y Clelia de Italia

Certificada como profesora de Yoga


Cena de graduación

La ruta para llegar al pueblo aledaño... ¡por media montaña!

Aprendiendo macramé... matizada con el olor a hachís y 300 tazas de chai



viernes, 30 de enero de 2015

A "desaprender" Yoga!

¡Así es!! Ya en Upper Bhagsu, aprendí que no sabía nada... creía que estaría un mes haciendo ejercicio con mi cuerpo y aprendiendo a contorsionarme... lo que no sabía es que era mi mente la que se haría trizas...

Es cierto que la parte de asanas (posturas) es demandante a nivel físico, pero eso es solo una pequeña porción de lo que implica el camino del Yoga... y sí, ¡mi cuerpo también lo vivió!! Dos clases de asanas al día por un mes fue complicado, y logré sobrevivirlo gracias a cremas ayurvédicas para el dolor de músculos y articulaciones...



Nuestro día comenzaba a las 6:30am. A esa hora debíamos estar sentados en el shala, o al pie de una catarata, en posición cómoda, estable y quieta (claro, ¡luego de tomar una ducha fría!), preparados para más de una hora de ejercicios de respiración y meditación. A pesar de estar en verano, la temperatura en la montaña a esa hora ameritaba un atuendo poco halagador: abrigo, bufanda, cobija y medias... Sentarse a meditar... a callar la mente... ¡eso sí que fue un reto para mí!.... pero era lo que yo quería, ¿o no?, dejar de pensar... estaba cansada del tumulto en mi cabeza... así que diligentemente me disponía a "poner mi mente en blanco"... cosa que nunca sucedió... claro, ¡porque eso no es meditar!!!!!! (pero ya lo aprendería después...)


Luego de estos intentos fallidos por "dejar de pensar", bajamos a tomar té de jengibre con limón y miel para calentarnos un poco antes de la primera práctica de Ashtanga Primary Series (¿¿¿¿?????), jajaja llegué a un entrenamiento de Yoga, pensando que todo era lo mismo, ahhhhhh no, pero escogí un curso basado en un estilo sumamente demandante a nivel físico... Así que a hacer las paces con Pattabhi Jois y a aprender su método... método que me ayudaría a escuchar mi voz interna... 68 posturas más 30 asanas de Surya Namaskar (Saludos al Sol), todas puestas en un orden pre-establecido que harían que mi cuerpo se relajara y pudiera sentarme en quietud para escuchar las respuestas que tanto buscaba... Muy bien, valía la pena el esfuerzo...


A las 10am se servía el desayuno, nada del otro mundo pero ¡sabía a gloria!: ensalada de frutas, curd (una especie de yogur natural), muesli, o porridge (avena en leche), té o café, y tostadas, era todo nuestro menú...

El almuerzo y la cena tampoco eran manjares... más bien eran una lucha constante con los cocineros... (creo que era la forma en que el Universo empezaba a doblegarme, para enseñarme a ser humilde y agradecida con lo que tengo...)


Luego pasábamos el resto del día aprendiendo nombres de músculos en clases de anatomía, o bien, aprendiendo sobre filosofía y bellas palabras en sánscrito; o alineamiento y ajustes, mejoras de posturas, y por supuesto, más práctica de asana -esta vez Vinyasa Flow, que para el cuerpo daba lo  mismo... ¡estábamos destrozadas!.. Y así transcurría el día hasta las 8 de la noche, momento que aprovechábamos la poca señal de Internet para intentar comunicarnos con el mundo exterior... luego caíamos rendidas y empezar de nuevo al día siguiente...

Pero lo mejor era el fin de semana... ahhhhh medio día libre el sábado y todo el domingo... sonaba maravilloso hasta que nos tocaba preparar clases, estudiar y aprender nombres de poses... sin contar que debíamos bajar los cientos de escalones varias veces si queríamos ir al pueblo o a comer algo diferente. Nuestra mejor opción era sin duda "Once in Nature", un pequeño restaurante clavado en mitad de la montaña donde servían comida orgánica, deliciosa y saludable, pero para llegar allí debíamos bajar una pendiente y luego volver a escalar para cruzar al otro lado de la montaña... así que -libros en mano- nos pasábamos el día tiradas en el suelo, comiendo ensaladas, momos y tomando té chai, mientras hacíamos el esfuerzo por no perdernos en historias de viajes, sueños, amores y desamores, y pretendíamos estudiar...




Otras veces nos íbamos al pueblo... lo cual no era nada relajante pues entre pitos, tumulto, tráfico y polvo, India nos arrancaba las pocas gotas de energía que nos quedaban, y por qué no, ¡lo bello del carácter! pero bueno, era parte de la aventura, además que estar encerradas estudiando no era lo más sano, necesitábamos distracción, ¡y vaya que McLeodganj lo ofrece! Con sus mercados bulliciosos, los perros, las vacas, los vendedores ambulantes, los hombres bañándose en piscinas públicas (literalmente ¡en media calle!), las mujeres trabajando la tierra ataviadas con hermosos saris, la basura, las ventas ilegales de carne, los monjes tibetanos, las comidas picantes llenas de salsas y la belleza de los Himalayas; nos ofrecía todo un espectáculo digno de la locura india de la que solo se tienen dos opciones: odiarla o enamorarte de ella... He de reconocer que muchas veces me hastió... y solo deseaba subir los cientos de escalones para refugiarme en el silencio de nuestra lejana y perdida montaña...



Seis semanas viví en este remoto pueblo... aprendiendo a desaprender lo que creía saber, compartiendo con personas a las que no entendía (¡y no necesariamente por el idioma!), llevando mi cuerpo a lugares que no soñé posibles, haciendo macramé entre el humo del hachís y tazas de té, empezando amistades que trascenderían fronteras, conociendo que puedo ser mejor persona de lo que imaginaba, asimilando que en medio del caos se puede apreciar la belleza de la diferencia... Seis semanas después tomaba el autobús que me llevaría al corazón de la loca India... Salí un martes a las 6 de la tarde rumbo a Nueva Delhi... 12 horas después estaría sentada en un mercado tibetano, frente a un templo, sin teléfono y perdida en una ciudad de más de 250.000 habitantes...

Llegué a Delhi creyendo que viviría en India por una última semana y que no volvería... mi siguiente rumbo estaba claro... ahhh, ilusa de mí....


viernes, 23 de enero de 2015

En tierras extrañas...

Llegué a Delhi un domingo a la 1:00am... Tenía la opción de pasarme 12 horas en un autobús o esperar 11 horas en el aeropuerto y volar hacia Dharamsala. Preferí no arriesgarme (hoy sé que no había nada que temer...) y pasé mis primeras horas en India deambulando por una sala de espera..

Una hora después de abordar me encontré de frente con una vista espectacular: la línea nevada de los Himalayas... ¡qué sensación! Mi pecho se ensanchó lleno de agradecimiento y me sentí como una niña, emocionada y asombrada.


En el aeropuerto, un taxista sostenía un cartel con mi nombre, y el de siete chicas más, todas íbamos al mismo lugar: Upper Bhagsu. Luego de deshacernos de la vestimenta de invierno, nos apuñamos en un auto en el que pasaríamos más de dos horas, a unos 34 grados de temperatura. Al llegar a Mcleodganj -el pueblo más cercano a la escuela de yoga- el tráfico simplemente ¡era una locura! Entre vacas, perros, vendedores ambulantes, turísticas y locales, los carros competían para ver quien se atravesaba mejor... el sonar de las bocinas era ensordecedor y las ocho "westerns" (como se nos llama en este lado del mundo) nos derretíamos en sudor mezclado con tierra rojiza.

Al llegar a Bhagsu, el taxista bajó nuestro equipaje y nos señaló unas gradas interminables montaña arriba... ¡aún no habíamos llegado! Debíamos subir peldaños por alrededor de unos 15 minutos con maletas al hombro hasta la casa de huéspedes que sería nuestro hogar por los próximos 30 días...

Luego de hacer algunos trámites propios de los turistas: cambiar dinero, comprar una tarjeta telefónica y comer lo que fuera; emprendimos la escalada... unas se quedaron en el camino, otras nos propusimos no parar o de lo contrario nuestras adoloridas piernas no sabrían cómo empezar de nuevo... Nos recibió una casa de huéspedes sencilla pero con una vista espectacular... 23 personas de 15 países distintos compartiríamos en ese hotelito días completos durante un mes...


Hasta aquí la historia va muy "normal"... lo que no sabía entonces es que a partir de este momento no miraría más hacia atrás... no habrían más reproches ni lamentos... el pasado sería solo un álbum de fotos que se tomaron, se revelaron, se pegaron en sus páginas y se guardaron en un cajón viejo hasta llenarse de polilla y polvo... ya no sería más un compañero diario.

Lo que no sabía entonces es que las historias de estas 22 personas me inspirarían, me moverían, me harían soñar y me llevarían a lugares que ni en mis más salvajes sueños habría imaginado...

Tampoco sabía que buscando cambiar de profesión, cambiaría de vida... encontraría mi pasión y descubriría mi misión... No sabía que sería el inicio de un hermoso camino en Asia...

No sabía que, inmersa en las faldas de las montañas más altas del mundo, emprendería la escalada hacia mi propia montaña...

martes, 20 de enero de 2015

No es aquí... no es ahora...

Así se resume la enseñanza que me dio Londres...

Llegué con una maleta cargada de ilusiones, sueños y proyectos; y simplemente no era el lugar ni el momento para desempacarlos...

Llegué pensando que me quedaría, que ese sería mi nuevo hogar... y choqué de frente con una realidad que no había imaginado...

A las dos semanas de estar ahí supe que tenía que salir, pero ¿a dónde? ¿cómo? No tenía plan B... el frío del clima se trasladó a mi estado de ánimo... me apagué, me enfrié... otra vez me cayeron la tristeza, confusión y soledad encima... ¿hasta cuándo? ¿dónde encontraría la felicidad y la libertad que tanto anhelaba? Ese era mi segundo continente y mi tercer país, y nada que las encontraba... (claro, porque las seguía buscando afuera...)

Y empezó la masculladera mental otra vez... ¡Pensá! ¡Pensá! ¡Pensá! Resolvé pronto Eli, hacé un plan, organizate, priorizá, ponderá opciones, calculá... Ahhhhhhhhhhhhhhh, que pereza estar atrapada en la mente, en la preocupación.... ¡Estoy harta de pensar, es lo único que hago! Soy máster en la pensadera, y doctora en visualizar escenarios futuros, con especialización en frustración cuando los planes no resultan.

Sin embargo, una mañana me levanté llena de claridad y silencio mental... En realidad, no tenía un problema... tenía una situación que solucionar, ¡punto! Así que valoré mis opciones:

  • Regresar a Costa Rica: lo cual no me apetece en lo más mínimo (a ver, me gusta mi país, pero simplemente no siento que sea momento de regresar).
  • Regresar a Estados Unidos: tampoco se me hace atractivo y además no creo que a los gringos les haga mucha gracia recibirme después de haberme quedado seis meses... (ya sabemos que son un poco incómodos con este tema...)
  • Quedarme en Londres y de alguna manera cambiar las condiciones presentes: alternativa a considerar, aunque mi encanto por la ciudad se había esfumado.
  • Y de pronto, salió del baúl de los recuerdos.... en algún momento, en algún estudio de yoga, se me había ocurrido que quizá en uno o dos años viajaría a India. Pero para ser completamente honesta, lo dije de los dientes para afuera, sin creérmelo, como quien tira un pensamiento al aire y el mismo se hace aire... 

¿Será posible que eso sea tan siquiera una opción para mí? ¡Qué más da!, igual solo quería salir de donde estaba... me sentía agotada de buscar, de buscarme afuera y no encontrarme... ¡qué más da dónde esté! igual, no me conozco, no sé cuál es mi misión en la vida, no sé a que vine a este mundo, no sé para donde voy... así que el camino que recorra ¡da exactamente lo mismo!

Y así sin más, encontré el curso, la escuela (lo más lejos posible de la civilización, ¡por favor!), apliqué por la visa, y luego de dos semanas estaba de nuevo en el aeropuerto, con un boleto para dos meses pero esperando encontrar algo que hacer en India y aplazar mi regreso...

Esta vez SÍ que salí con poco equipaje... ¡toda mi ropa de invierno se quedaba guardada! Pero también salí sin rumbo, sin planes, sin agenda, sin expectativas... salí sin saber cuándo o a dónde regresaría... Me subí a un avión sin tener la mínima idea sobre el lugar al que iba... solo vi unas cuantas fotos que encontré en Internet, pero eso era todo... no tenía a nadie conocido, ni siquiera busqué la escuela en el mapa... solo sabía que me aventuraba hacia un país con una población de más de un billón de personas y tan grande que Costa Rica ¡cabe 64 veces! 

Esta vez no esperé encontrar nada, ya no quería buscar más... solo quería diluirme en la inmensidad de las montañas y dejar de pensar...

lunes, 19 de enero de 2015

Congelada en la “gran manzana”

He vivido en Nueva Jersey en dos ocasiones, y en ambas comprobé que si no se anda con cuidado, el concreto te puede comer vivo… Durante mis años en ese estado del Norte, conocí a muchas personas que llegaron con la ilusión de realizar el “sueño americano” y quedaron atrapadas en una “pesadilla local”. A ver si me explico… Es muy fácil cegarse por las luces de la ciudad, el verde de los billetes y el ruido de las calles. Si no se tiene claro para qué se están dando los mejores años de la vida en trabajos que nadie quiere hacer, si no se encuentra la fuerza de voluntad en las entrañas que permita cerrar los ojos ante las tentaciones del consumismo; los años caerán encima con todo el peso de la nieve, del insolente calor húmedo, y de las alergias al polen.

Ícono de la libertad (!¿?¡)

Creo que cuando se migra a otro país, hay que ser como un buen jugador de póker y saber cuándo retirarse; a menos, que la intención sea convertirse en ciudadano de esa nación; pero no me interesa entrar en detalles sobre ética migratoria, sino contextualizar mi paso por el “estado de los jardines” (que nunca vi, por cierto) y por su hermana mayor: “la gran manzana”…

En estos lugares aprendí que no quiero volver a trabajar solo por ganar dinero, que no me gusta salir de compras, que prefiero ir a un parque a almorzar un emparedado casero que ir a un restaurante, y que lidiar con meses y meses de frío ¡no es para mí! Aprendí que debajo de las burkas hay mujeres que -en la intimidad de su casa- se ven como yo o como mis amigas, que las nacionalidades son solo un formalismo, y que –gracias a mis rasgos físicos- puedo pasar fácilmente como ¡rusa, ucraniana o turca!

Paty y yo con mi profesora y compañeras de clases de turco

Durante mi segunda estadía (seis meses) en Nueva Jersey, presencié uno de los eventos más importantes para mi familia en los últimos años: ¡el nacimiento de mi hermosa sobrina Kiana!; también, asistí a Sonic Yoga Studio en Manhattan dos veces por semana, de donde salía flotando después de cada clase de Vinyasa Flow; luego almorzaba en el Amish Market donde venden ensaladas frescas y deliciosas y te cobran por su peso; hice lindas amistades en el Centro Cultural de Turquía donde estuve aprendiendo el idioma por cuatro meses; me recorrí la ciudad una y mil veces en su sucio y característico tren subterráneo; tuve visitas hermosas que llegaron de Costa Rica a darme su amor; visité Washington donde –penosamente – tengo que reconocer que me tomé fotos “frente” a la Casa Blanca… pero en realidad era “atrás”, así que solo conocí el patio de la casa más poderosa del mundo, jajaja…. Estando allá, también me enrolé en una certificación de Health Coach (Consejera en Salud), con lo cual vine a envolver todo lo que he ido aprendiendo sobre alimentación, salud y bienestar.

El patio de Obama...

En fin, hice mucho, vi mucho, escuché mucho, pero seguía inquieta…

Sabía que mi paso por tierras gringas sería corto… la “gran (y recontra fría) manzana” se me hacía tediosa, triste, gris, molesta y aburrida. Pasé seis meses viéndome como una fotografía, pues ¡nunca me quité el abrigo, la bufanda, los guantes y el gorro! No importa que rompa andés por debajo, el envoltorio para lidiar con el frío invierno es siempre el mismo….

!Así me vi durante 6 fríos meses!


Así que añoraba mi próximo paso… ¡Londres! Ahhh mi sueño de conocer Europa se acercaba cada día más… el misterio del Viejo Mundo me seducía, la expectativa por caminar entre castillos medievales me robaba el sueño, la imagen de los campos verdes llenos de ovejas se apoderaba de mis tardes de estudios, y contaba los días para irme a nuevas tierras… Sí, en Nueva Jersey estuve muy poco en el presente… me la pasé viviendo en el futuro… creando imágenes de lo que sería… y quizá por eso me perdí lo que era…