domingo, 8 de marzo de 2015

Pasión en el verdor

"¿Qué te apasiona en la vida?"

Esta pregunta me persiguió durante años... Ante la interrogante de mi buen amigo, y sumida en el humo de un café tuve que bajar la mirada y reconocer que nada me movía... muchas cosas me gustaban, pero ¿apasionar? Eso involucra fuego, entrega, convicción... y hasta entonces, nunca nada me había hecho sentir eso...

Cuando dejé Costa Rica, salí apagada, ahogada, frustrada... en Nueva York creí que encendería mi hoguera pero solo logré congelar mis emociones... en Londres anhelé el abrazo de la pasión y solo dormí junto a la indiferencia... en Dharamshala escalé en busca de respuestas, intenté respirar consciencia y rogué por respuestas, pero salí adolorida y en silencio... en Delhi me embriagué de cultura, historia, calor y hastío...en Bangkok admiré, caminé, sonreí a la cultura asiática y ni el Buda Reclinado logró estremecerme... Pero luego me enrumbé hacia aguas desconocidas...

El viaje a Koh Phanghan requirió de un vuelo de poco más de una hora desde Bangkok hasta Surat Thani, una hora en autobús y casi dos horas en ferry. Y fue mientras navegábamos en un hermoso mar azul, sin nada más alrededor que agua y cielo, que caí en cuenta de que realmente estaba lejos de todo lo conocido hasta ahora... ¡Era el lugar más recóndito al que se me había ocurrido ir a vivir! Ni siquiera lo podía ubicar en el mapa, y a decir verdad, no me importó.

Llegamos al puerto de Thong Sala a las 12:30pm, montamos las maletas en un scooter y recorrimos las calles del pueblo por cinco minutos hasta llegar a la casa/restaurante de mi amiga donde nos esperaba un delicioso almuerzo. Luego de ducharme, salí a recorrer los alrededores. Supermercados bien establecidos, puestos de frutas y enormes tiendas llenas de ropa colorida propia de la vida en la playa, abarrotan las calles de uno de los pueblos más grandes de la isla. Mientras caminaba entre mercados y tiendas me sorprendió el primero de muchos atardeceres espectaculares que vería en este lugar...



Viví una semana en esta casa/restaurante, en la que también ayudé a atender a los clientes y a lavar los platos como agradecimiento por el hospedaje. Luego me mudé a una sencilla y típica casa tailandesa -montada en bases- con una vista maravillosa frente al mar. La terraza completamente abierta dejaba entrar la brisa marina que inundaba el único dormitorio y la pequeñísima cocina.



Mi plan en esta isla era seguir estudiando yoga y trabajar en algo que me permitiera pagar los gastos; pero además de esto... no tenía idea de qué hacer. Así que fui a la escuela de yoga de la que me habían hablado y simplemente no resonó conmigo... no era lo que buscaba, al menos no sentí la conexión... Pero encontré un extraordinario profesor de Ashtanga que imparte clases en su casa... ¡genial! atención personalizada...

Mientras tanto, tuve que lidiar con un pequeño gran detalle. En la isla ¡no existe transporte público! Lo único que hay son taxis y scooters. Mis únicas opciones eran gastarme un dineral en taxis, caminar largas distancias mientras el sol y la temperatura consumían mi cordura, o... aprender a manejar moto... así que guardé mis miedos, pagué un mes de alquiler por un scooter y me apresté a manejar a 20 kilómetros por hora, ¡incluso las bicicletas iban más rápido que yo! Pero lo logré... al cabo de unos días me sentía más confiada y pude recorrer casi toda la isla a bordo de mi negra y pequeña nueva amiga...

Con este asunto resuelto, recobré la libertad... una sensación que hacía mucho no experimentaba. Asistía a las clases que quería, cuándo y dónde quería. Y así, montada en mi nuevo scooter, temprano una mañana, de camino a mis clases de Ashtanga, en medio de una vegetación selvática en el centro de la isla, me sorprendí extasiada por la maravillosa paleta de verdes que me rodeaba. Ahí, en el medio de la nada, detuve la moto, y contemplé los tonos de verde... me perdí en su belleza, en su esplendor... no sé cuántos minutos pasaron, el tiempo no se detuvo solo dejó de existir, no escuchaba nada, solo sentía mi pecho ensancharse de gratitud... No puedo explicar qué pasó esa mañana, solo sé que me apasioné en el verdor... dejé de ser yo para ser una con la naturaleza...

Y ahí comprendí que volvía a ser feliz, pero no era una felicidad que venía de afuera.... era un estado interno, un gozo profundo, una alegría de estar viva... Ese fue el inicio del descubrimiento... Aquí empecé a ver para dentro y a encontrar respuestas... Así comenzó mi viaje por la tierra de las "primeras veces"... De esta manera me dejé llevar, me dejé guiar, caí rendida y empecé por fin a sentir pasión nuevamente, pasión en un abrazo fraternal, pasión en los ojos de una amistad, pasión en la sonrisa de un extraño, pasión en las caricias del agua de mar... Empecé a darme permiso, a no pensar mucho las cosas, a decirle que sí a la vida. Y así, encontré mi trabajo como profesora. En una pequeña escuela de yoga, llena de amor, canciones y bailes, hice más que enseñar poses... volví a mi esencia, amé a todo ser viviente y abrí mi corazón...

Y como nada es casualidad en esta vida, descubrí que la filosofía de esta pequeña escuela está basada en las propiedades del cuarto Chakra: Anahata, cuyo color es -por supuesto- ¡el verde!


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