viernes, 30 de enero de 2015

A "desaprender" Yoga!

¡Así es!! Ya en Upper Bhagsu, aprendí que no sabía nada... creía que estaría un mes haciendo ejercicio con mi cuerpo y aprendiendo a contorsionarme... lo que no sabía es que era mi mente la que se haría trizas...

Es cierto que la parte de asanas (posturas) es demandante a nivel físico, pero eso es solo una pequeña porción de lo que implica el camino del Yoga... y sí, ¡mi cuerpo también lo vivió!! Dos clases de asanas al día por un mes fue complicado, y logré sobrevivirlo gracias a cremas ayurvédicas para el dolor de músculos y articulaciones...



Nuestro día comenzaba a las 6:30am. A esa hora debíamos estar sentados en el shala, o al pie de una catarata, en posición cómoda, estable y quieta (claro, ¡luego de tomar una ducha fría!), preparados para más de una hora de ejercicios de respiración y meditación. A pesar de estar en verano, la temperatura en la montaña a esa hora ameritaba un atuendo poco halagador: abrigo, bufanda, cobija y medias... Sentarse a meditar... a callar la mente... ¡eso sí que fue un reto para mí!.... pero era lo que yo quería, ¿o no?, dejar de pensar... estaba cansada del tumulto en mi cabeza... así que diligentemente me disponía a "poner mi mente en blanco"... cosa que nunca sucedió... claro, ¡porque eso no es meditar!!!!!! (pero ya lo aprendería después...)


Luego de estos intentos fallidos por "dejar de pensar", bajamos a tomar té de jengibre con limón y miel para calentarnos un poco antes de la primera práctica de Ashtanga Primary Series (¿¿¿¿?????), jajaja llegué a un entrenamiento de Yoga, pensando que todo era lo mismo, ahhhhhh no, pero escogí un curso basado en un estilo sumamente demandante a nivel físico... Así que a hacer las paces con Pattabhi Jois y a aprender su método... método que me ayudaría a escuchar mi voz interna... 68 posturas más 30 asanas de Surya Namaskar (Saludos al Sol), todas puestas en un orden pre-establecido que harían que mi cuerpo se relajara y pudiera sentarme en quietud para escuchar las respuestas que tanto buscaba... Muy bien, valía la pena el esfuerzo...


A las 10am se servía el desayuno, nada del otro mundo pero ¡sabía a gloria!: ensalada de frutas, curd (una especie de yogur natural), muesli, o porridge (avena en leche), té o café, y tostadas, era todo nuestro menú...

El almuerzo y la cena tampoco eran manjares... más bien eran una lucha constante con los cocineros... (creo que era la forma en que el Universo empezaba a doblegarme, para enseñarme a ser humilde y agradecida con lo que tengo...)


Luego pasábamos el resto del día aprendiendo nombres de músculos en clases de anatomía, o bien, aprendiendo sobre filosofía y bellas palabras en sánscrito; o alineamiento y ajustes, mejoras de posturas, y por supuesto, más práctica de asana -esta vez Vinyasa Flow, que para el cuerpo daba lo  mismo... ¡estábamos destrozadas!.. Y así transcurría el día hasta las 8 de la noche, momento que aprovechábamos la poca señal de Internet para intentar comunicarnos con el mundo exterior... luego caíamos rendidas y empezar de nuevo al día siguiente...

Pero lo mejor era el fin de semana... ahhhhh medio día libre el sábado y todo el domingo... sonaba maravilloso hasta que nos tocaba preparar clases, estudiar y aprender nombres de poses... sin contar que debíamos bajar los cientos de escalones varias veces si queríamos ir al pueblo o a comer algo diferente. Nuestra mejor opción era sin duda "Once in Nature", un pequeño restaurante clavado en mitad de la montaña donde servían comida orgánica, deliciosa y saludable, pero para llegar allí debíamos bajar una pendiente y luego volver a escalar para cruzar al otro lado de la montaña... así que -libros en mano- nos pasábamos el día tiradas en el suelo, comiendo ensaladas, momos y tomando té chai, mientras hacíamos el esfuerzo por no perdernos en historias de viajes, sueños, amores y desamores, y pretendíamos estudiar...




Otras veces nos íbamos al pueblo... lo cual no era nada relajante pues entre pitos, tumulto, tráfico y polvo, India nos arrancaba las pocas gotas de energía que nos quedaban, y por qué no, ¡lo bello del carácter! pero bueno, era parte de la aventura, además que estar encerradas estudiando no era lo más sano, necesitábamos distracción, ¡y vaya que McLeodganj lo ofrece! Con sus mercados bulliciosos, los perros, las vacas, los vendedores ambulantes, los hombres bañándose en piscinas públicas (literalmente ¡en media calle!), las mujeres trabajando la tierra ataviadas con hermosos saris, la basura, las ventas ilegales de carne, los monjes tibetanos, las comidas picantes llenas de salsas y la belleza de los Himalayas; nos ofrecía todo un espectáculo digno de la locura india de la que solo se tienen dos opciones: odiarla o enamorarte de ella... He de reconocer que muchas veces me hastió... y solo deseaba subir los cientos de escalones para refugiarme en el silencio de nuestra lejana y perdida montaña...



Seis semanas viví en este remoto pueblo... aprendiendo a desaprender lo que creía saber, compartiendo con personas a las que no entendía (¡y no necesariamente por el idioma!), llevando mi cuerpo a lugares que no soñé posibles, haciendo macramé entre el humo del hachís y tazas de té, empezando amistades que trascenderían fronteras, conociendo que puedo ser mejor persona de lo que imaginaba, asimilando que en medio del caos se puede apreciar la belleza de la diferencia... Seis semanas después tomaba el autobús que me llevaría al corazón de la loca India... Salí un martes a las 6 de la tarde rumbo a Nueva Delhi... 12 horas después estaría sentada en un mercado tibetano, frente a un templo, sin teléfono y perdida en una ciudad de más de 250.000 habitantes...

Llegué a Delhi creyendo que viviría en India por una última semana y que no volvería... mi siguiente rumbo estaba claro... ahhh, ilusa de mí....


1 comentario:

  1. Ahhhh....me chifla y me rechifla...suy ya fan de tica...que paso despues?

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