He vivido en Nueva Jersey en dos ocasiones, y en ambas
comprobé que si no se anda con cuidado, el concreto te puede comer vivo…
Durante mis años en ese estado del Norte, conocí a muchas personas que llegaron
con la ilusión de realizar el “sueño americano” y quedaron atrapadas en una “pesadilla
local”. A ver si me explico… Es muy fácil cegarse por las luces de la ciudad,
el verde de los billetes y el ruido de las calles. Si no se tiene claro para qué
se están dando los mejores años de la vida en trabajos que nadie quiere hacer,
si no se encuentra la fuerza de voluntad en las entrañas que permita cerrar los
ojos ante las tentaciones del consumismo; los años caerán encima con todo el
peso de la nieve, del insolente calor húmedo, y de las alergias al polen.
Ícono de la libertad (!¿?¡)
Creo que cuando se migra a otro país, hay que ser como un
buen jugador de póker y saber cuándo retirarse; a menos, que la intención sea
convertirse en ciudadano de esa nación; pero no me interesa entrar en detalles sobre
ética migratoria, sino contextualizar mi paso por el “estado de los jardines”
(que nunca vi, por cierto) y por su hermana mayor: “la gran manzana”…
En estos lugares aprendí que no quiero volver a trabajar solo
por ganar dinero, que no me gusta salir de compras, que prefiero ir a un parque
a almorzar un emparedado casero que ir a un restaurante, y que lidiar con meses
y meses de frío ¡no es para mí! Aprendí que debajo de las burkas hay mujeres que
-en la intimidad de su casa- se ven como yo o como mis amigas, que las
nacionalidades son solo un formalismo, y que –gracias a mis rasgos físicos- puedo
pasar fácilmente como ¡rusa, ucraniana o turca!
Paty y yo con mi profesora y compañeras de clases de turco
Durante mi segunda estadía (seis meses) en Nueva Jersey, presencié
uno de los eventos más importantes para mi familia en los últimos años: ¡el
nacimiento de mi hermosa sobrina Kiana!; también, asistí a Sonic Yoga Studio en
Manhattan dos veces por semana, de donde salía flotando después de cada clase
de Vinyasa Flow; luego almorzaba en el Amish Market donde venden ensaladas
frescas y deliciosas y te cobran por su peso; hice lindas amistades en el
Centro Cultural de Turquía donde estuve aprendiendo el idioma por cuatro meses;
me recorrí la ciudad una y mil veces en su sucio y característico tren
subterráneo; tuve visitas hermosas que llegaron de Costa Rica a darme su amor;
visité Washington donde –penosamente – tengo que reconocer que me tomé fotos “frente”
a la Casa Blanca… pero en realidad era “atrás”, así que solo conocí el patio de
la casa más poderosa del mundo, jajaja…. Estando allá, también me enrolé en una
certificación de Health Coach (Consejera en Salud), con lo cual vine a envolver
todo lo que he ido aprendiendo sobre alimentación, salud y bienestar.
El patio de Obama...
En fin, hice mucho, vi mucho, escuché mucho, pero seguía inquieta…
Sabía que mi paso por tierras gringas sería corto… la “gran
(y recontra fría) manzana” se me hacía tediosa, triste, gris, molesta y
aburrida. Pasé seis meses viéndome como una fotografía, pues ¡nunca me quité el
abrigo, la bufanda, los guantes y el gorro! No importa que rompa andés por
debajo, el envoltorio para lidiar con el frío invierno es siempre el mismo….
!Así me vi durante 6 fríos meses!
Así que añoraba mi próximo paso… ¡Londres! Ahhh mi sueño de conocer
Europa se acercaba cada día más… el misterio del Viejo Mundo me seducía, la
expectativa por caminar entre castillos medievales me robaba el sueño, la
imagen de los campos verdes llenos de ovejas se apoderaba de mis tardes de
estudios, y contaba los días para irme a nuevas tierras… Sí, en Nueva Jersey
estuve muy poco en el presente… me la pasé viviendo en el futuro… creando
imágenes de lo que sería… y quizá por eso me perdí lo que era…
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