sábado, 7 de febrero de 2015

¿Atrapada en la lluvia? ¡Oh no lo creo!

Con maletas en la espalda -cargadas de dolores de rodillas, frías madrugadas y un papel que me llamaba "Profesora de Yoga"- me dispuse a abandonar las montañas de Bhagsu. Mi próximo destino sería una isla perdida en la inmensidad de un océano que nunca había escuchado mencionar. Pero antes... Nueva Delhi...

Mi plan original era pasar dos meses en India y luego regresar a Inglaterra para intentarlo de nuevo, con nuevas fuerzas, con proyectos diferentes, quizá en otra ciudad que no fuera Londres, iniciar una vida de pareja (la que habíamos postergado ya por tanto tiempo); pero pronto entendería que cuando decidí confiar (bueno, la confianza vino después... empecé desafiando y demandando ante mi incompetencia) en que el Ser Supremo me vestiría y alimentaría como lo hace con los pájaros, lo primero que debía soltar era mi necedad de hacer planes.

Antes de terminar mi primer mes en el norte de India, comprendí que no sería posible quedarme. Justo empezaba la temporada baja en todo el país: en el área donde estaba pronto llegaría la época conocida como Monsoon (término utilizado para describir fuertes vientos que soplan desde la Bahía de Bengala y el Mar Arábigo hacia el suroeste, trayendo consigo enormes cantidades de lluvia a la zona); mientras que en el sur las temperaturas se elevarían por encima de los 35 grados con la adición de las lluvias. Con este panorama, el país entraría pronto en estado de hibernación, la gran mayoría de comercios, principalmente las escuelas y estudios de yoga, estarían cerrados, los turistas desaparecían de las atiborradas calles y solo los locales tratarían de mantenerse a flote mientras esperan con ansías el regreso de la temporada seca.

No había razón para quedarme a sufrir estas inclemencias climáticas, sin trabajo, sin dinero, sin nada que hacer. A pesar de tener una preciada visa con seis meses de validez, el agente migratorio de apellido Monsoon me negaba mi estadía en India y me pateaba fuera de sus fronteras.

Una tarde, durante un almuerzo, escuché a una de las chicas hablar del lugar donde vivía. Recordé que cuando la conocí no entendí para nada el nombre del lugar, pero pensé que quizá su fuerte acento italiano había impedido que comprendiera su inglés. Así que ese día -al no entender por segunda vez- le pregunté dónde exactamente vivía, en esta ocasión entendí... Koh Phanghan, pero tampoco me sirvió de mucho. Así que ante el signo de interrogación en mi cara, pronunció alto y fuerte: ¡Tailandia!

¡Ah, ahora sí! al menos del país si había escuchado mencionar. La oí hablar de las hermosas playas, los cursos de Yoga, las escuelas donde podría ir a trabajar, los cocos y los atardeceres. Y ahí, sin ton ni son, le solté la pregunta que me llevaría a mi redescubrimiento: ¿Crees que me pueda ir con vos para donde sea que quede tu casa? Ahí, al lado de una compañera de clase, a la que tenía 3 semanas de conocer, decidí comprar un boleto de avión -de una sola vía, sin retorno- para un lugar completamente extraño.

Viajaríamos dos semanas después de ese día, primero pasaríamos dos días en Bangkok y luego rumbo a Koh Phanghan. Mi alma tenía paz, ya no tendría que quedarme en la calurosa y lluviosa India a compartir con las vacas, daría un paso más hacia el Este, me adentraría más en el corazón del maravilloso Oriente. Todo estaba listo: boleto, hotel, lugares y templos que visitar; solo pasaba los días a la espera de terminar mi entrenamiento, tomar mi certificado y enrumbarme al paraíso.

Pero claro, estaba en India, no podía ser tan fácil, ¡oh no! Si algo se puede complicar, ¡de seguro en India se complica!

Una mañana, mientras trataba de asimilar nombres de músculos y huesos, mi ángel guardián me habló al oído: "¿Y no será que necesitas visa para entrar a Tailandia? ¡Tu amiga es italiana pero vos sos tica! ¿Estás segura que al llegar a Bangkok tomarán tu pasaporte azul y le pondrán una "visa de llegada?" ¡Oh por Dios! Es cierto. Tengo un pasaporte azul y no color vino como el de mi amiga. Solo quedaban unos días para tomar el vuelo y yo no sabía si mi nacionalidad tica sería recibida como la italiana. Corrí al primer café internet que tenía cerca (bueno, solo habían dos en el pueblo), y efectivamente, solo 48 países obtienen la "visa de llegada" en Tailandia y mi amada Costa Rica no está en la lista.

Dos horas y varias llamadas después sabía lo que tenía que hacer: viajar a Delhi en cuanto terminaran mis clases, correr a la oficina de migración de Tailandia, presentar los documentos y esperar que las estrellas se alinearan a mi favor para que la visa estuviera lista en 48 horas, recoger mi pasaporte de camino al aeropuerto, pasar la tediosa revisión de seguridad india y llegar a tiempo al último vuelo del día rumbo a Bangkok, ¡sencillo! ¿O tal vez no?



Últimos días en Bhagsu...

Celebrando mi cumpleaños con mis queridas amigas Karen, de India y Clelia de Italia

Certificada como profesora de Yoga


Cena de graduación

La ruta para llegar al pueblo aledaño... ¡por media montaña!

Aprendiendo macramé... matizada con el olor a hachís y 300 tazas de chai



No hay comentarios:

Publicar un comentario