jueves, 12 de febrero de 2015

¡Oh Delhi y tu "Vagón solo para Mujeres"!

Cuando descubrí que necesitaba visa para entrar a Tailandia, compré un boleto de autobús para viajar a Nueva Delhi. Afortunadamente, en el curso de Yoga también hice una linda amistad con una chica india que vive allí, así que me ofreció su casa; aunque terminó dándome más que eso... me dio un hogar, comida casera, consejos para sobrevivir en esa loca e intimidante ciudad y me presentó el "Vagón solo para Mujeres", pero eso vendrá después.

Mi viaje de doce horas en autobús sería más cómodo de lo que pensé; a pesar de que no pude dormir, aproveché para leer y escuchar de vez en cuando a una simpática estudiante india de enorme sonrisa y gruesos lentes que me ofrecería cuanta comida tuviera a mano (algo muy tradicional de las personas locales). En el trayecto, el autobús se detuvo en el medio de la nada para comer y utilizar el sanitario, pero en plena madrugada mi estómago no estaba listo para curry, dal o chapati.

Casi al amanecer, mi compañera de viaje me señaló unas montañas... "¿Sabes qué es eso?", me preguntó. "¿Montañas?", me pareció la respuesta lógica y racional ante una pregunta un poco tonta -según mi criterio. "Sí, son montañas enormes que se extienden no solo en altura, sino también por kilómetros cuadrados. ¿Ves bien? Sí son montañas, pero no como las de tu país... son montañas enormes ¡de basura!" ¡Nunca antes había visto tanta basura junta! No supe qué pensar ni qué decir, sentí rabia, tristeza, impotencia... Los occidentales venimos a este lado del mundo a buscar el balance, el equilibrio, a recobrar la consciencia, a buscar el camino hacia la luz, a ser mejores personas, y toda esa idea romántica que tenemos sobre el oriente; pero estar en la cuna del Yoga y ver que sus hijos no son conscientes de sus actos, me hizo chocar con una realidad que no me gustó.

Sin embargo, luego de hablar extensamente sobre el grave problema que representa la basura en India, llegamos a la misma conclusión: los seres humanos seguimos perdidos, ignorantes, presos de nuestra mente que se cree inteligente y no es más que un ágil saboteador. Porque a fin de cuentas, los occidentales no estamos tan lejos de semejante ignorancia... quizá tengamos programas de reciclaje muy eficientes y cada día pululen las fincas orgánicas y autosostenibles, pero seguimos siendo unos retrógrados en términos de amor al prójimo, tolerancia y respeto... pero bueno, ese será otro tema (quizá...).

Pasadas las montañas de desechos, el autobús hizo una parada abrupta en medio de la autopista y en hindi me dijeron que esa era la "estación" donde debía bajarme... Me recibió un par de docenas de conductores de todo tipo de vehículos: automóviles, motocicletas, tuk tuks y bici taxis. Por suerte, mi nueva amiga salió a mi rescate, me haló del brazo y se dispuso a caminar conmigo hacia el mercado tibetano que estaba cerca. Me señaló una entrada en medio de tiendas aún cerradas y me dijo que buscara el templo, ahí estaría segura mientras llegaban por mí...nos despedimos, ella siguió su camino y yo me acomodé en una banqueta frente a un templo atendido por refugiados tibetanos.

Eran las 5:30 de la mañana, el día empezaba a clarear y la batería de mi celular había muerto en el camino... Así que contactar a mi amiga para decirle que ya estaba en Delhi era poco viable, y aunque hubiese podido llamarla no sabía dónde estaba... Casi tres horas y muchos malabares después logramos reunirnos en una estación del metro... ¡Ah qué alegría ver un rostro familiar entre tantos cientos de personas!

Y ahí, con ella, conocí la zona rosada del metro, la "Sala de espera Solo para Mujeres". Me pareció indignante, me sentí como animal de circo que transportan en cajas "especiales"...mi mujer feminista salió a flote: "¿acaso soy de calidad inferior a los hombres?, ¿por qué debemos viajar separadas?, ¿somos de una "especie" distinta? ¡No! me rehúso, yo soy un ser humano igual y por tanto no tengo porque viajar separada del resto". Mi amiga escuchó pacientemente los aullidos de esta gata herida, y solo se limitó a decir: "Créeme, es mejor así. Pronto me lo vas a agradecer."

El calor era insoportable, llegaba a más de 45 grados y yo debía cubrirme el cuerpo, sabía que no era por mandatos de respeto religioso, sino por evitar las miradas lascivas... eso lo sabía en mi mente, pero no lo entendí hasta que llegó el metro... y luego de ver pasar varios vagones cargados de hombres, miré a mi amiga y solo pude decirle: "Gracias..."

No quiero alarmar a nadie ni ser extremista, claro que se puede viajar -¡y sobrevivir- sola en las grandes ciudades de India, pero tampoco se puede negar que la energía que emana de su población masculina puede ser amenazante, avasalladora e inquietante. Así que a partir de ese momento, disfrute la compañía de la colorida paleta de saris que se atiborraban en las áreas rosadas del metro.

Así, y ataviada en pantalones y camisas con mangas, me dispuse a enfrentarme a una India diferente, salvaje, ruda, compulsa y fuerte. Me enfrenté a su calor inclemente y a sus hombres. Me enfrenté a mis perjuicios y caminé sola por sus calles. Escondida detrás de mis lentes oscuros disfruté de sus encantos. Comí delicias típicas del sur, visité templos con formas de flores (el Templo de Flor de Loto), recorrí sus mercados llenos de cuanto "chunche" brillante y colorido se pueda confeccionar, regateé como una local (¡y obtuve descuentos buenísimos!); pero lo mejor de todo, lo más impresionante de esta visita lo viví en el Taj Mahal... No hay fotos ni historias que describan la magnificencia de este lugar... todo el agravio que pude sentir en Delhi, se desvaneció ante este monstruo de la arquitectura, ante este regalo de amor, ante este derroche de lujo.

Si ahí, en ese lugar, se conjugan perfectamente las polaridades de un país lleno de cultura e historia, que -al menos desde afuera- parece vivir sumido en la basura de su inconsciencia colectiva...


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